[ Pobierz całość w formacie PDF ]

más frecuente, por supuesto, es la sangre de virgen.  Miró a Hunton . La señora Gillian
dijo que los contratiempos empezaron después de que Sherry Oulette se cortó
accidentalmente.
 Oh, por favor  protestó Hunton.
 Debes admitir que ella parece la persona indicada  comentó Jackson.
 Iré inmediatamente a su casa  asintió Hunton con una sonrisita . Me imagino la
escena. «Señorita Oulette», soy el agente John Hunton. Estoy investigando la posesión
diabólica de una máquina de planchar y me gustaría saber si usted es virgen.» ¿Crees que
me darán tiempo para despedirme de Sandra y los niños antes de llevarme al manicomio?
 Estoy dispuesto a apostar que terminarás diciendo algo por el estilo  respondió
Jackson, sin sonreír . Hablo en serio, Johnny. Esa máquina me pone los pelos de punta, a
pesar de que no la he visto nunca.
 En aras de la conversación  murmuró Hunton , ¿cuáles son algunos de los otros
comunes denominadores, como dices tú?
Jackson se encogió de hombros.
 Es difícil enumerarlos sin un estudio previo. La mayoría de las fórmulas de embrujos
anglosajones especifican la tierra de una tumba o el ojo de un escuerzo. Los ensalmos
europeos mencionan a menudo la mano de gloria, que puede interpretarse como la mano de
un muerto o como uno de los alucinógenos empleados en el contexto del aquelarre de las
brujas..., generalmente la belladona o un derivado de la psilocibina. Podría haber otros in-
gredientes.
 ¿Y tú piensas que todos estos elementos se hallaban en el interior de la máquina de
planchar de la lavandería «Blue Ribbon»? Dios mío, Mark, apuesto a que no hay belladona
en un radio de ochocientos kilómetros. ¿O acaso imaginas que alguien amputó la mano de
su tío Fred y la dejó caer en la plegadora?
 Si setecientos monos escribieran a máquina durante setecientos años...
 Uno de ellos escribiría las obras de Shakespeare  completó Hunton cáusticamente .
Vete al infierno. Te toca a ti ir a la farmacia a buscar monedas para las secadoras.
La forma en que George Stanner perdió el brazo en la trituradora fue muy curiosa.
El lunes a las siete de la mañana la lavandería estaba desierta, exceptuando a Stanner y a
Herb Diment, el mecánico. Se hallaban lubricando los cojinetes de la trituradora, como lo
hacían dos veces por año, antes del comienzo de la jornada regular de trabajo, a las siete y
media. Diment estaba en el extremo de salida, engrasando las cuatro terminales secundarias
y pensando en la impresión desagradable que últimamente le producía la máquina, cuando
ésta arrancó súbitamente con un rugido.
Diment había levantado cuatro de las correas de salida para poder llegar al motor de
abajo y repentinamente éstas se pusieron en movimiento entre sus manos, desollándole las
palmas, arrastrándolo.
Se zafó con un tirón espasmódico pocos segundos antes de que las correas le metieran
las manos en la plegadora.
 ¡Santo cielo, George!  gritó . ¡Frena este maldito aparato!
George Stanner empezó a lanzar alaridos. El suyo fue un chillido agudo, ululante,
demencia!, que pobló la lavandería, reverberando en las planchas de acero de las lavadoras,
en las bocas sonrientes de las prensas de vapor, en los ojos vacíos de las secadoras in-
dustriales. Stanner inhaló otra sibilante bocanada de aire y volvió a gritar:
 ¡Oh, Dios mío. Dios mío, estoy atrapado ESTOY ATRAPADO...!
Los rodillos empezaron a generar vapor. La plegadora mordía y chasqueaba. Los
cojinetes y los motores parecían chillar con vida propia. Diment corrió hasta el otro
extremo de la máquina. El primer rodillo ya se estaba tiñendo de un siniestro color rojo.
Diment dejó escapar un gemido gutural. La trituradora bramaba y traqueteaba y siseaba.
Un observador sordo habría pensado al principio que Stanner se limitaba a agacharse
sobre la máquina en un ángulo extraño. Pero luego habría visto el rictus de su rostro pálido,
sus ojos desorbitados, la boca convulsionada por un grito ininterrumpido. El brazo estaba
desapareciendo bajo la barra de seguridad y bajo el primer rodillo. La tela de su camisa se
había desgarrado en la costura del hombro y la parte superior del brazo se hinchaba
grotescamente a medida que la presión hacía retroceder sistemáticamente la sangre.
 ¡Frénala!  chilló Stanner. Su hombro se quebró con un crujido.
Diment pulsó el interruptor.
La trituradora siguió ronroneando, gruñendo y girando.
Incrédulo, volvió a apretar el botón una y otra vez... sin ningún resultado. La piel del
brazo se había puesto brillante y tensa. No tardaría en rajarse con la presión que le aplicaba
el rodillo, pero a pesar de lodo Stanner conservaba el conocimiento y gritaba. Diment
vislumbró urna imagen caricaturesca, de pesadilla, que mostraba a un hombre aplastado por
una apisonadora, un hombre del que sólo quedaba una sombra.
 Fusibles...  chilló Stanner. Su cabeza descendía, descendía, a medida que la máquina
le succionaba.
Diment dio media vuelta y corrió hacia la sala de calderas, en tanto los alaridos de
Stanner le perseguían como fantasmas lunáticos. El olor mezclado de la sangre y el vapor
impregnaba la atmósfera.
Sobre la pared de la izquierda había tres pesadas cajas que contenían todos los fusibles
de la lavandería. Diment las abrió y empezó a arrancar los largos dispositivos cilindricos
como un loco, arrojándolos por encima del hombro. Se apagaron las luces del techo,
después el compresor de aire, y por fin la caldera misma, con un fuerte lamento agonizante.
Pero la trituradora siguió girando. Los gritos de Stanner se habían reducido a gemidos
gorgoteantes.
Los ojos de Diment se posaron sobre un hacha de bombero encerrada en una caja de
vidrio. La cogió con un débil gimoteo gutural y volvió atrás. El brazo de Stan-ner había
desaparecido casi hasta el hombro. Al cabo de pocos segundos su cuello doblado y tirante
se quebraría contra la barra de seguridad.
 No puedo  balbuceó Diment, empuñando el hacha . Jesús, George, no puedo, no
puedo, no...
Ahora la máquina era un desolladero. La plegadora escupió jirones de camisa, pingajos
de piel, un dedo, Stanner lanzó un feroz alarido espasmódico y Diment alzó el hacha y la
descargó en medio de la penumbra del lavadero. Dos veces. Una vez más.
Stanner se desplomó hacia atrás, desmayado y violáceo, despidiendo un surtidor de
sangre por el muñón de su hombro. La trituradora absorbió en sus entrañas lo que
quedaba... y se detuvo sola.
Diment extrajo su cinturón de las presillas, sollozando, y empezó a armar un torniquete.
Hunton hablaba por teléfono con Roger Martin, el inspector. Jackson le miraba mientras
hacía rodar pacientemente un balón de un lado a otro para que lo corriera la pequeña Patty
Hunton, de tres años.
 ¿Arrancó todos los fusibles?  preguntaba Hunton . ¿Y el interruptor del freno no [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • reyes.pev.pl