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su carácter de representante de Dios (¡multiplíquense sus alabanzas!) son dignas de
fe, o de las dos maneras a la vez; pues cuando nos certificamos de su veracidad por
estas razones, y de que no ha podido mentir, no debe quedar ya, respecto a las
cosas que ha dicho, resquicio a la razón para pensar, ni reflexionar, ni opinar, ni
raciocinar. Por estas causas y por otras semejantes creen éstos que deben
defenderse las religiones.
Otro grupo de mutakallims creen que deben defender la religión, primero
fijando todos los dogmas que impuso el fundador de ella, con las mismas palabras
con que éste las expresó; después estudiando a fondo las tesis que constan por el
testimonio de los sentidos, por la opinión generalmente admitida y por el dictamen
de la razón, y lo que de estas verdades y de sus consecuencias lógicas encuentran
atestiguando, aunque de lejos, algún dogma de la religión, defienden con ellas ese
dogma; y para lo que en ellas encuentran contradictorio a algún dogma de la
religión, si pueden interpretar metafóricamente las palabras con las cuales expresó
aquel dogma el fundador de la religión de algún modo que armonice aquella
contradicción, aunque sea una interpretación inverosímil, lo interpretan así; pero si
no pueden hacer esto, y es posible condenar aquella tesis contraria [a la religión], o
tomarla en un aspecto que coincida con lo establecido en la religión, lo hacen.
Si las tesis generalmente admitidas por la opinión y las admitidas por el
testimonio de los sentidos se [77] contradicen entre sí en cuanto a servir de
testimonios en favor de su dogma, como, por ejemplo, si las verdades de evidencia
sensible, o las derivadas de ellas, afirman una cosa, y las tesis de sentido
comúnmente admitido y sus derivadas afirman la contraria a aquélla, entonces
miran cuál de ellas es más probativa en favor del dogma, y la aceptan, desechando
la contraria, y condenándola. Y si no les es posible interpretar el texto de la religión
de manera que se armonice en una de esas dos clases de verdades, ni tampoco
tomar ninguna de estas verdades en un sentido que se armonice con el dogma, ni
tampoco ninguna de aquellas verdades de evidencia sensible o de común sentir, o
de razón natural que contradicen a algún dogma, entonces creen que deben
defender aquel dogma, diciendo sencillamente que es verdad, porque lo dijo quien
no puede suponerse que haya mentido o que se haya equivocado. Dicen, pues, esos
teólogos acerca de esta parte de los dogmas religiosos lo que aquellos teólogos
primeros dieron en respuesta de todos los dogmas. Este método creen éstos que
defiende las religiones.
Un grupo de estos últimos opinan que las religiones se defienden en estas
cosas, es decir, en los dogmas que se supone que son reprobables, examinando a
fondo todas las demás religiones y recogiendo de ellas los dogmas reprobables que
éstas tienen; y si un sectario de estas religiones quiere refutar algún dogma de los
que hay en la religión de aquellos teólogos, éstos le presentan alguno de los dogmas
reprobables que hay en su religión, y así lo apartan de su propia religión.
Otros, cuando ven que las tesis por las cuales se [78] quieren defender dogmas
como éstos, no bastan para certificar con ellas tales dogmas con certeza completa,
hasta el punto de hacer callar a sus contrarios con la confesión de su certidumbre y
con la incapacidad de su contradicción verbal, tornan entonces a emplear con el
adversario cosas que lo injurian hasta obligar a cesar en su contradicción, o por
rubor, o por cansancio, o por temor de algún peligro que le pueda sobrevenir.
Otros, considerando a su propia religión verdadera y no dudando acerca de su
verdad, opinan que deben defenderla respecto de los demás, elogiándola como la
mejor y suprimiendo lo que en ella hay de reprobable, y rechazando a sus enemigos
con cualquier cosa que les ocurra, sin preocuparse de emplear la mentira, el
sofisma, la calumnia o el desdén, pues, a su juicio, quien se opone a ellos o a su
religión, una de dos: o es enemigo, y entonces es lícito emplear la mentira, y el
sofisma para rechazarlo y vencerlo, como ocurre en la guerra santa o en la guerra
ordinaria, o no es enemigo, pero que ignora, por la escasez de su inteligencia y de
su discernimiento, la felicidad, que obtendría practicando aquella religión, y
entonces es lícito procurar al hombre su propia felicidad, aunque sea por la mentira
y el error, como se hace con las mujeres y con los niños.
Fin
Muy glorificado sea el Dador de la ayuda e inteligencia, como de ello es digno.
En el día 6 de Chumada el segundo, año 710 (1310). [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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